
En una esquina de Villa Santa Rita volvió a encenderse una luz que muchos creían apagada para siempre. Reabrió el bar “El Tokio”, un histórico refugio porteño que supo ser el corazón del barrio.
Fundado por un inmigrante español y recuperado hoy por dos amigos que crecieron entre sus mesas, este bar notable vuelve a ser punto de encuentro, memoria viva y símbolo de identidad barrial.
Volver a abrir ‘El Tokio’ no fue solo levantar una persiana, fue devolverle al barrio una parte de su historia, cuenta Martín, uno de los nuevos impulsores del proyecto.
Y no exagera: en cada ladrillo, en cada silla recuperada, late la nostalgia de los que lo conocieron y la ilusión de quienes recién lo descubren.
El bar “El Tokio” es mucho más que un local gastronómico. Fundado hace más de medio siglo por Jesús Feas, un inmigrante gallego que llegó a Buenos Aires escapando de la posguerra, se convirtió con el tiempo en una suerte de centro cultural espontáneo, donde se mezclaban los vecinos de toda la vida con artistas, jubilados y estudiantes.
Jesús lo atendía con dedicación casi religiosa, convirtiendo cada café en un gesto de hospitalidad. Tras su muerte y algunos años de abandono, el bar cerró sus puertas.
Fue una noticia que muchos en Villa Santa Rita vivieron como una pérdida familiar. Pero la historia no terminó ahí.
Años después, Martín y Miguel, amigos de toda la vida que solían reunirse en el bar en su adolescencia, decidieron asumir el desafío de reabrirlo.
“No queríamos que desapareciera. En este lugar están nuestras charlas, nuestros primeros amores, nuestras penas compartidas. Era parte de nuestra vida”, recuerda Miguel con emoción.
La reapertura no fue sencilla. El local estaba deteriorado y hubo que hacer una restauración a conciencia, respetando su arquitectura original.
Pisos de mosaico, barra de madera, sillas y mesas de época. Cada detalle fue cuidado al milímetro, no por capricho estético, sino por respeto a su historia.
Los vecinos fueron clave. Hubo campañas en redes sociales, colectas y hasta un festival barrial para apoyar la reapertura. “Fue hermoso ver cómo el barrio se organizaba por un bar. Pero claro, no es cualquier bar. Es El Tokio”, señala Susana, vecina de la cuadra hace más de treinta años.
Los bares notables —declarados así por la Ciudad de Buenos Aires por su valor patrimonial y cultural— son espacios cargados de historia.
Según datos del Ministerio de Cultura porteño, actualmente hay unos 80 bares notables en funcionamiento. Muchos luchan por subsistir frente a la presión inmobiliaria, los cambios de hábitos y la falta de apoyo económico.
“El Tokio” vuelve a formar parte de esa lista, pero con una particularidad: fue reabierto no por una empresa ni una cadena, sino por vecinos que crecieron en sus mesas y decidieron devolverle el alma.
Hoy, su menú conserva platos clásicos, cafés servidos con cucharita de metal, y se suman ciclos de música en vivo, lecturas de poesía y encuentros vecinales. La idea es que sea un espacio abierto, donde la cultura popular circule como siempre lo hizo.
Y esa visión ya se nota: cada noche, las mesas se llenan de familias, jubilados que vuelven a su rincón de siempre, y jóvenes que descubren en “El Tokio” una forma distinta de habitar la ciudad. “No es un bar de moda. Es un bar con historia, y eso se siente”, dice Ezequiel, uno de los nuevos habitués.
En tiempos donde la vorágine urbana borra huellas con velocidad, la reapertura de un bar como “El Tokio” es una victoria. Es una declaración de principios: la memoria no se vende, se cuida. Y se celebra con café, vermut y charla compartida.
Yo mismo me acerqué a “El Tokio” apenas supe que había vuelto a abrir. Entré, me senté en una mesa al lado de la ventana y pedí un cortado.
A los cinco minutos ya estaba charlando con el mozo, con una señora que vive en la otra cuadra, con un chico que tocaba la guitarra en un rincón.
Era como si nunca hubiera cerrado. Porque eso hacen los bares de verdad: nos devuelven el tiempo, la pertenencia, el alma del barrio.