El aviso llegó al foro de Whatsapp que comparte con sus compañeros. «Nos despidieron a todos», decía el mensaje, cortito, contundente y dramático. De 46 años, casado, padre de dos hijos, maquinista vial de profesión, Roberto Bravo se enteró este miércoles al mediodía que era un desempleado y una de las incontables víctimas laborales argentinas de la crisis del coronavirus. Hasta hace algunas horas, era uno de los 538 operarios directos e indirectos que trabajaban en las obras de renovación del Belgrano Cargas, en Salta. «Las obras empiezan y terminan, es algo normal, pero a ésta le falta casi la mitad», relata con amargura y desconcierto por este final abrupto.
Dolorido y desilusionado por las circunstancias, Bravo afronta a partir de ahora un panorama complejo. Contabiliza algunos ahorros pero también adeuda algunos créditos que tomó previamente. «Compré un autito como inversión, nada importante, un Renault Clío modelo 2010, porque en esta zona la movilidad es importante», aclara. Hoy desempleado y con un futuro incierto, Bravo saca cuentas. Ya no podrá contar con los ingresos de su trabajo ($ 32.000 por quincena) para afrontar los costos fijos y las cuotas de su Clío, unos $ 5.000 mensuales. «No era muy caro y tampoco ganaba una fortuna», añadió.
Las obras de renovación de vías del ferrocarril, insiste el maquinista, eran muy importantes no sólo para él. «El Belgrano Cargas era la posibilidad de desarrollo para toda esta zona, con la posibilidad cierta de que se instalen cerealeras y que se generen empleos fijos. Ahora no se sabe qué puede pasar», finalizó.
Más conocido es el caso de La Parolaccia, la cadena especializada en cocina italiana y mediterránea, que anunció este lunes oficialmente el cierre de dos de sus locales, uno en Puerto Madero (Casa Tua) y el otro, en San Isidro (La Bistecca). La compañía informó el despido de 61 trabajadores, pero el ajuste empezó antes, revela Patricio Martínez, supervisor de chefs de varios locales y que tenía 80 personas a cargo. Sin embargo, el 5 de mayo pasado «la empresa me citó sorpresivamente para ofrecerme un arreglo por mucho menos, por casi la mitad de lo que me correspondía», calculó. Dice que aceptó la oferta, a diferencia de muchos otros, porque «ya venía con un emprendimiento de catering para eventos y firmé la renuncia».
Martínez destaca que por su alto cargo y los 19 años de antigüedad, «no quise discutir y preferí arreglar», pero que de todos «la propuesta fue como un balde de agua fría». Ingresó a La Parolaccia en medio de otra gran crisis, la de 2002, en pleno colapso de la salida de la convertibilidad. «Entré como jefe de cocina y fui la persona designada para inaugurar nuevos locales», cuenta.
Con 42 años a cuesta, Martínez recuerda que se inclinó por la cocina por vocación. Tiene 2 hijos, vive con su pareja y a «los 19 años me perfeccioné en el IAG (Instituto Argentino de Gastronomía)». Después de tantos años, dice que está dolido por la decisión de la compañía. «La reunión fue en buenos términos, pero como trabajador y en medio de esta situación, estoy dolido«.
Martínez creía que lo citaban a las oficinas de la empresa para otra cosa: «Por algún cambio de menú, para impulsar el delivery o alguna otra forma de continuar trabajando en este contexto», dice. «Pero me dijeron que hasta acá llegamos, no damos más. Y yo no quise discutir«, cerró. También admite que su situación es diferente al de muchos de sus compañeros, incluso algunos jerárquicos, «que no tenían mucha antigüedad y no encuentran trabajo».