Llegó al sanatorio con neumonía, 40 de fiebre, los pulmones como si fueran de empedrado. Lo internaron en terapia intensiva en “gravísimo estado”. Le inyectaron plasma. Lo sedaron e intubaron. Lo dieron por muerto en vivo por televisión. Todo eso le pasó en menos de una semana a Claudio Lugo (52), jefe de enfermeros en el servicio de Emergentología del Hospital Fernández. Esta semana volvió a trabajar, a dos meses y medio de aquel episodio que no le dejó secuelas pero le cambió la vida.
“Me contagié en el hospital, no tengo dudas de eso. En ese momento estábamos recibiendo muchos pacientes que después daban positivo por coronavirus. Y había muchos problemas con la entrega del equipo de bioseguridad y con el recambio de aire en las salas”, cuenta Lugo, a quien la ART le reconoció la Covid como enfermedad profesional.
Su fin de semana largo de mayo arrancó con más de 40 grados de temperatura, dolor de cabeza y tomas de paracetamol, a esa altura un placebo. Lugo fue al Sanatorio Anchorena de San Martín en la mañana del domingo, de la mano de su esposa y colega Serena. No hubo que esperar el resultado del hisopado: entró en Terapia Intensiva casi ni bien llegó.
Es que, además de fiebre, Lugo tenía neumonía, menor presión de oxígeno en sangre, la tomografía típica de un paciente con Covid. “Los pulmones se veían opacos, blancos, parecidos al empedrado”, describe su dueño, que no fuma ni jamás tuvo diabetes, insuficiencia cardíaca ni, hasta ese momento, hipertensión arterial.
Pasó seis días intubado, sedado, miorrelajado, dializado porque sus riñones empezaron a fallar. También desarrolló hipertensión. Antes de entrar al sueño intravenoso, firmó el consentimiento para ser tratado con plasma. De todas las horas que pasó en ese estado sólo tiene imágenes fugaces, recuerdos vagos de cuando lo cambiaban o cuando una ex compañera de trabajo de su esposa le decía que su familia estaba bien.
“En el medio, ‘me enterraron’: en el programa de Fantino dieron que yo había muerto. Fue terrible para Serena, empezaron a llamarla de todos lados. Por suerte a ella le habían dado el parte hacía un ratito y sabía que yo estaba vivo. Pero mis hijos se asustaron muchísimo”, cuenta Lugo. Tiene cuatro: dos mujeres de 33 y 25 años y un hombre de 28, con su primera esposa, y una nena de 6 años en su matrimonio actual.
Los otros cinco días en Terapia Intensiva los pasó consciente. Los otros 22 en sala general, también solo y cada vez más ansioso por irse. Seis, siete, ocho hisopados: todos seguían dándole positivo. Mató el tiempo durmiendo, mirando series en Netflix, hablando con su familia por videollamada, mirando por la ventana el ir y venir de gente sobre la calle Perdriel y la parada obligada en la verdulería de la esquina.
Ahora sigue la recuperación en casa. Consultas con neumonóloga, cardióloga, infectóloga. Dieta sin sal y 5.000 pasos diarios cerca de su casa, hasta la estación San Martín o la de Caseros. Y, desde este miércoles, a trabajar otra vez.
Está contento: lo hace desde hace 30 años. A los 23 se recibió de Enfermero Profesional. A los 40 se graduó de Licenciado en Enfermería. Arrancó a trabajar en el Hospital Sirio-Libanés, siguió en el Sanatorio Güemes y recaló en la Clínica Independencia de Munro, primer punto de encuentro con Serena. Hace 15 años llegó al Fernández. Hace dos es jefe de enfermeros en el servicio de Emergentología. Allí conoció a los compañeros que en mayo, preocupados, le escribieron: “Tus hermanos, tus colegas te hacemos el aguante. Fuerza no aflojes!”.
“Estudié esta carrera para ayudar a los demás -explica-. Y a pesar de las condiciones, los enfermeros estamos al pie del cañón, poniendo la vida en esto. Pero seguimos debajo de la línea de pobreza y no somos reconocidos como profesionales de la salud. Los aplausos nos gratifican, pero no son suficientes”.