
En pleno abril, los bares notables de Buenos Aires se transforman en templos vivos de la música patrimonial del mundo.
Con entrada libre y sin inscripción previa, estos espacios tradicionales ofrecen un ciclo único donde el tango, el flamenco, el chamamé, el bolero, el candombe y la guarania paraguaya —recién reconocida por la UNESCO— encuentran refugio en el corazón porteño.
Celebramos el patrimonio sonoro del mundo en escenarios íntimos, donde la cultura y la historia vibran con cada acorde.
Esta iniciativa honra a nuestras músicas y a los bares que, como testigos del tiempo, siguen siendo faros de identidad”, sostuvo en diálogo con este medio el productor cultural Juan Pablo Gómez, uno de los gestores del ciclo.
En un gesto de amor por la música y sus raíces, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires impulsa durante abril un ciclo de conciertos gratuitos en los bares notables, espacios declarados como sitios de interés cultural por su valor patrimonial y su tradición dentro del entramado urbano porteño.
La propuesta no es nueva, pero este año cobra una profundidad especial: los géneros elegidos para sonar —todos ellos declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO— reflejan la diversidad, la riqueza y el mestizaje de las culturas populares.
A los ya consagrados tango, chamamé, candombe, flamenco y bolero, se suma la guarania, música de raíz paraguaya que hace apenas unos meses obtuvo ese mismo reconocimiento.
Así, las noches de abril ofrecen una cartografía sonora que recorre el alma latinoamericana y europea, en escenarios que han sabido cobijar generaciones de artistas y públicos.
La programación comenzó con fuerza el jueves 17: en la Confitería Saint Moritz de Retiro, el Hernán Crespo Trío presentó un viaje por el chamamé, género que Crespo domina con maestría.
Ganador del Premio Gardel en 2017 y del Mercedes Sosa en 2024, Crespo compartió escena con el guitarrista Emilio Turco y la cantante Coni Müller. Juntos, exploraron el litoral argentino entre melodías propias y ajenas, con un enfoque renovador pero respetuoso.
Ese mismo día, el Bar Portuario de La Boca se llenó de duende flamenco con Ana Cortés, Héctor Romero y Rocío Aristimuño.
Cortés, una de las voces más emblemáticas del género en el país, interpretó coplas y canciones andaluzas con la fuerza y la sensibilidad que la consagran. Romero, a su vez, demostró por qué la crítica lo considera el guitarrista flamenco más importante de Argentina.
El sábado 19, el ciclo se expandió con más propuestas de gran nivel. En Watson’s, el trío de Yazmina Raies propuso un tango con identidad propia, atravesado por elementos del jazz y el candombe.
“Queremos enriquecer al tango desde su belleza instrumental, abrazando su historia pero sin miedo a innovar”, explicó Raies en una pausa del concierto.
Esa noche también fue de boleros, con una figura de peso: Vicky Buchino se presentó en el Bar Imperio del Hotel Savoy.
Con una trayectoria que incluye compartir escenarios con leyendas como Libertad Lamarque y Chico Novarro, Buchino repasó clásicos de Manzanero, Clavel y el propio Novarro, en un show cargado de emoción.
En simultáneo, la Orquesta del Plata animó El Gato Negro con un repertorio de tangos, milongas y valses.
Integrada por músicos de diversas generaciones, la agrupación logró que el espíritu del tango tradicional se mantuviera fresco y vibrante.
El viernes 25 fue el turno de Susan Ferrer en Las Violetas, otro de esos bares que parecen detenidos en el tiempo.
Ferrer, figura central del teatro musical argentino, desplegó un set que combinó guaranias, candombe, boleros y tangos. Su voz, curtida por décadas de escenarios, emocionó a un público que colmó el salón.
Esa misma noche, en La Orquídea de Corrientes y Medrano, se lucieron Lautaro Mazza y Ariel Pirotti. Con experiencia en salas como el Teatro Colón, Mazza trajo su potencia vocal para dialogar con los arreglos de Pirotti, reconocido director y compositor.
Juntos exploraron los cruces entre los géneros populares latinoamericanos, confirmando la riqueza que surge cuando las fronteras musicales se desdibujan.
El sábado 26, Daisy Lombardo —nacida en Asunción— y Pablo Valle se unieron para rendir homenaje tanto al tango como a la guarania.
En La Ideal, la cantante paraguaya y el pianista argentino tejieron un concierto de gran intimidad, donde las emociones comunes entre ambos géneros emergieron con fuerza: la nostalgia, el desarraigo, el amor.
Pero todo tendrá su gran final el martes 30, cuando se celebre el Día Internacional del Jazz, designado por UNESCO en 2011 como símbolo de unidad, diálogo y cooperación internacional.
Ese día, en el mismo escenario de La Ideal, se presentará el Jorge Retamoza Jazz Cuarteto. Con un repertorio que mezcla a los Beatles, Tom Jobim, Mariano Mores y Piazzolla bajo el prisma del jazz, el grupo propone una síntesis perfecta del espíritu del ciclo: la fusión respetuosa, la tradición como punto de partida, el diálogo entre culturas como motor creativo.
Según cifras del Ministerio de Cultura porteño, más de 3.500 personas asistieron a las primeras fechas del ciclo, y se espera que esa cifra supere los 6.000 espectadores al cierre.
El dato no es menor: en tiempos de fragmentación y crisis, la cultura parece ser una de las pocas cosas capaces de convocarnos sin grietas, de hacernos sentir parte de algo más grande que nosotros mismos.
En palabras de la curadora del ciclo, Laura Cordero, “La música es una patria emocional. Cuando suena una guarania, un chamamé o un bolero en un bar de Buenos Aires, no solo se escucha: se recuerda, se siente, se comparte. Y eso también es patrimonio”.
Como cronista y testigo de este abril musical, puedo decir sin exagerar que cada noche en estos bares notables se vive algo más que un simple recital: es una ceremonia afectiva entre el arte, la historia y la gente.
Ojalá más iniciativas como esta sigan alimentando nuestra identidad desde la emoción y el encuentro.
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